WABI – SABI & ARTE

 

侘寂と美術

“Cuando salgo
de este pueblo de pescadores
al atardecer de un día de otoño, no veo flores abiertas
ni arces coloreados desplegando sus hojas”.

Así define poéticamente el “maestro de té” Fujiwara Sadaiye (1162-1241). El elemento artístico que forma parte de la realidad del SABI. Según el maestro Zen D. T. Suzuki significa “soledad” o “aislamiento“. También nos define la esencia del WABI como “Ser pobre”, es decir, no ser dependiente de las cosas terrenales, riqueza, poder, reputación, y sin embargo sentir interiormente la presencia de algo sumamente valioso por encima del tiempo y la posición social”.

El artista encuentra su inspiración en la naturaleza y queda plenamente satisfecho por su contemplación mística.

Es importante aquí mencionar el estilo de “pintura de ángulo” y economía de trazos que se sale de lo convencional. Cuando esperamos encontrar una línea o elemento que no aparece, esto produce placer, y este ha sido uno de los recursos favoritos de los artistas japoneses, “materializar la belleza en formas de imperfección o incluso de fealdad”.

Cuando esta belleza de la imperfección va sujeta a la antigüedad y a algo rústico en sus orígenes, es entonces cuando aflora el SABI. Una tosca sencillez e imperfección del objeto y una riqueza de su historia, lo convierten en una producción artística.

“A quienes solo anhelan que florezcan los cerezos,

¡cómo me gusta enseñarles la primavera

que resplandece desde unas matas de hierva verde en la aldea de montaña cubierta por la nieve!”.

Estos versos de Fujiwara Iyetaba (1158-1237), “maestro de té”, nos muestra un ejemplo perfecto del SABI. Ese pequeño trozo de verde del que habla el poeta, es en sí mismo vida y es el aquí y el ahora. El artista japonés observa a cada momento la naturaleza y a esto se le podría llamar el sentido místico del artista.

Algo que caracteriza el arte japonés son sus formas asimétricas y contrarias a los criterios convencionales, derivado de la filosofía de vida Zen del WABI -SABI.

Contemplar las cosas individuales como perfectas en sí mismas y al mismo tiempo, como materialización de la totalidad que pertenece al Uno, (D. T. Suzuki, 1996).

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